Después de ser liberados por el ex Jedi Vrye Cinodos, el bothan Kon Tobara, los clones Wounds y Troncos y su androide piloto BG-23 siguen con la misión que les encargó el Canciller Supremo Palpatine. Después de dejar atrás el campamento indígena donde habían sido retenidos y habiendo conseguido entrar en la montaña marcada por su localizador, los soldados de la República han quedado atrapados en lo que parece ser un antiguo templo Sith.
Mientras tanto, a través de las rutas hiperespaciales, un crucero separatista Lucrehulk con una legión de droides se acerca a Mimban. Después de haber recibido la señal de emergencia emitida por uno de sus contenedores de alta seguridad, abierto por Tobara y los clones, las fuerzas de la Confederación de Sistemas Independientes se disponen a eliminar a los ladrones.
Pero algo más oscuro se prepara para acechar a los miembros de la misión republicana. El malvado Darth Sidious ha hecho llamar a tres cazarrecompensas para eviten que una preciada carga caiga en manos del ejército separatista…
Cuatro figuras se encontraban en la sala. Una de ellas, después de frotar su barbilla, levantó un poco su sombrero y se dirigió a la que tenía delante:
– Así que quiere que consigamos un holocrón… – preguntó Cad Bane a Darth Sidious -. ¿Y cómo vamos a encontrarlo, si se puede saber?
– Dos clones y un bothan eran los encargados de sacarlo de su escondite, así que, una vez los localicéis, vuestra tarea habrá terminado. Es probable que tengáis algún encuentro con fuerzas separatistas, pero no creo que representen un problema para vosotros.
– ¡De acuerdo, señor! – asintió el abednedo Rednyr Fosk.
Sin embargo, más precavido, Dengar entró en la conversación:
– ¿Y cuál es el pago? – dijo mientras sujetaba su DLT-19.
– Un millón de créditos.
– ¿Cuándo salimos? – preguntó Bane después de girar sus pistolas.
En otro punto de la galaxia, entre las paredes de una montaña, Tobara, Wounds, Troncos, el androide BG-23 y Vrye Cinodos se estaban acercando al altar del templo Sith, que estaba coronado por una pirámide de color naranja brillante: un holocrón.
– El localizador señala que lo que buscamos está justo delante nuestro – aseguró Troncos.
– Debe ser esto… – dijo Tobara, mientras cogía el holocrón. De pronto, la hoja amarilla del sable de luz de Vrye se interpuso entre el bothan y la reliquia Sith.
– No vas a coger esto. No voy a permitir que algún tipo de conocimiento del lado oscuro salga de Mimban. Solo empeoraría las cosas.
– Es nuestro trabajo, no te impongas o habrá consequencias – amenazó Wounds al devaroniano. Sin embargo, justo después de eso, el ex jedi empujó con la fuerza al clon, que acabó golpeándose con una de las estatuas del templo. De pronto, BG-23 se lanzó encima de Cinodos, que con un rápido corte con el sable láser separó la cabeza del droide de su cuerpo.
– ¿Alguien más quiere cuestionarme? – preguntó Vrye, que ahora tenía sus ojos bañados en sangre y con un brillo amarillento. Inesperadamente, un fuerte rugido que provenía de las oscuras profundidades del templo sorprendió a los que se encontraban allí, antes de que vieran como un enorme terentatek se acercaba a ellos. El animal se abalanzó encima del devaroniano, que no consiguió ni tocarlo con su sable, y, aprovechando el momento de distracción, los clones y Tobara cogieron el holocrón y se dirigieron a la salida del templo. Una vez allí, se dieron cuenta de algo que no recordaban. La puerta estaba cerrada.
– ¿Y ahora qué hacemos? – dijo preocupado Tobara.
– Resignarnos… – afirmó Troncos, mientras el terentatek, que ya había acabado de engullir a Vrye Cinodos, se acercaba a ellos. Pero, de pronto, una explosión derrumbó la puerta del templo, aturdiendo a la bestia. Seguidamente, un escuadrón de droides B1 entró en la cueva, con la intención de eliminar a los portadores del holocrón, pero, al ver al terentatek, se olvidaron de su tarea principal y empezaron a enfrentar al animal. En ese momento, Kon y los clones salieron de la cueva, desapareciendo entre la niebla, y empezaron a correr hacia la jungla. Pero un rayo de luz interrumpió su marcha, atravesando la cabeza de Troncos.
– Quietos, no tiene por qué haber más muertos – aseguró Cad Bane, que iba acompañado de Dengar y Fosk -. Dadnos el holocrón y podréis iros.
– ¿Qué has hecho? – gritó Wounds, que se dispuso a atacar al duro. Sin embargo, Dengar fue más rápido y le disparó al pecho, haciendo desplomarse al clon. Entonces, Fosk apuntó a la cabeza de Tobara.
– ¿Nos darás lo que queremos o no?
– Claro… – respondió el bothan, tembloroso, mientras les entregaba la pirámide anaranjada. Bane la cogió, la observó detenidamente, y se dirigió a Kon.
– Muchas gracias, amigo – dijo justo antes de dispararle en el ojo derecho -. Nos vamos.
– No era necesario, Bane – se dirigió Dengar a su compañero. A continuación, los tres cazarrecompensas se dirigieron a su nave para empezar su viaje hacia Coruscant.
Unos días después, se encontraron de nuevo en el escondite de Darth Sidious.
– Bien, bien… – sonrió el Sith, mientras acariciaba el holocrón que acababa de obtener. Seguidamente, entregó el millón de créditos a sus invitados -. Aquí tenéis vuestro pago. Y ahora marchaos.
– Gracias, señor. Un placer hacer negocios con usted – dijo Cad Bane, antes de salir de la sala junto a Dengar y Fosk.
Mientras los cazarrecompensas desaparecían tras las puertas del pasillo, Sidious conectó el holocrón a una mesa holográfica. De pronto, esta se iluminó y aparecieron unos planos de una armadura Sith. Se trataba de una coraza oscura e imponente, acompañada de una capa negra. El lord tenebroso, con cara de satisfacción, cerró el holograma y susurró lo siguiente:
– El futuro no podrá contra los Sith. Incluso de las cenizas, resurgiremos.
FIN
Capítulos anteriores:
Capítulo I: Un equipo inesperado
Capítulo II: Información sesgada