Los Guardianes de los Whills

No se sabe mucho, por no decir nada, de las aventuras de Chirrut Îmwe y de Baze Malbus antes de los hechos contados en Rogue One: Una Historia de Star Wars. Para los que nos quedamos con ganas de más Chirrut y Baze, llega la novela Los Guardianes de los Whills, escrita por Greg Rucka (La Carrera del Contrabandista, Antes del Despertar) y ya a la venta en inglés.

 

Antiguos Guardianes del Templo de la Ciudad Santa de Jedha, conocen a Jyn Erso en esta ciudad y se embarcan con ella, Cassian Andor y algunos compañeros más en la misión rebelde que los llevará a robar los planos de la Estrella de la Muerte.

En Entertaiment Weekly nos han dejado un extracto de la novela que hemos traducido para vosotros.

Extracto de Los Guardianes de los Whills:

La razón por la que los Imperiales guarnecían sus tropas a bordo del Destructor Estelar era por seguridad, nada más. Un regimiento en tierra concedía a cualquier insurgente un posible blanco; una guarnición  en órbita era intocable, una señal de que la oposición al Imperio era inútil y estaba condenada definitivamente al fracaso.

Pero esto creaba sus propios problemas. Las tropas desplegadas necesitaban suministros. Necesitaban agua, y el agua escasaba en Jedha.  Necesitaban comida, y la comida local podía estar envenenada, podía estar contaminada, o simplemente podía ser incomestible. Necesitaban suministros médicos para atender a los heridos, cuyas heridas eran cortesía de la incipiente y fragmentada —y, según muchos, altamente inefectiva— insurgencia o de una inmensidad de peligros. Necesitaban munición, porque un soldado de asalto cuyo bláster se quedara seco era tan inútil como otro kilo de arena en el desierto de Jedha.

Esto quería decir que el Imperio necesitaba alijos de suministros por toda la Ciudad Santa, sitios seguros que pudieran servir como depósitos para reequipar y rearmar a los soldados que estuvieran patrullando. Así, el Imperio había cambiado un objetivo obvio —una guarnición— por varios más pequeños, con la lógica de que la pérdida de un alijo ocasional era insignificante ante la presencia continuada de la mayor presencia Imperial.

El Zeta que Baze vió aterrizar estaba reabasteciendo estos escondites, o eso es lo que Denic, el contacto de Baze, le había asegurado. Denic no le había dado la información por su corazón bondadoso. Había dejado muy claro que si algunas de las cargas de suministros, por casualidad, se caían de la parte de atrás de un speeder, ella esperaba una parte. Concretamente, quería cualquier arma y munición que pudieran recuperar.

A Baze le pareció bien. Armas y municiones no eran lo que Chirrut y él buscaban.

Esperó hasta que Chirrut bajó del tejado a la calle antes de moverse. Baze era un hombre grande, un hombre fuerte, pero sabía moverse con velocidad cuando era necesario y con determinación en todo momento. Mientras que los movimientos de Chirrut eran fluídos, los de Baze eran autoritarios. Saltó de tejado en tejado, despejando una manzana y otra, deteniéndose solo por un instante para comprobar el progreso de reabastecimiento. Los Imperiales habían colocado las cajas de carga en la parte de atrás de un landspeeder blindado, un contingente de cinco soldados de asalto responsables de su seguridad. Uno conducía, otro manejaba el bláster de repetición armado; los tres restantes montaban fuera, armas listas, vigilando.

Baze alcanzó el borde de otro tejado y saltó sin perder la marcha, esta vez no al tejado del edificio contiguo, sino a la calle. Aterrizó pesado y firme, sintió cómo el suelo le golpeaba, recorriéndole el dolor las piernas hasta las rodillas. Había habido un tiempo en el que se había llamado a sí mismo Guardian de los Whills, y también otros lo habían hecho. Había habido un tiempo en que su fe en la Fuerza había sido tan inquebrantable y constante como la de Chirrut.

Era un hombre más joven por aquel entonces.

Se incorporó en toda su estatura y comprobó el E-5 que llevaba en las manos. Había modificado el arma él mismo, intentando obtener más energía, y sus esfuerzos habían sido lo bastante exitosos como para que un disparo indirecto tirase a un soldado de asalto al suelo, y un golpe directo podía perforar una armadura y al soldado de dentro. El equilibrio había llegado en dos partes. La primera fue la capacidad de munición. El arma consumía cargas, y las consumía rápidamente.

La segunda fue que ya no tenía modo aturdir.

Rogue One: A Star Wars Story (Jiang Wen) Ph: Film Frame ©Lucasfilm LFL

Hubo un tiempo en que esto lo habría preocupado. También era un hombre más joven por aquel entonces. Estos eran los Imperiales, estos eran los que habían destruido su ciudad, su hogar. Estos eran los Imperiales, los que habían tomado lo bello y lo habían profanado, y no importaba si Baze Malbus todavía creía o no; importaba lo que otros hacían, y él vio el dolor que los Imperiales causaban cada día. Lo vio en amigos y desconocidos. Lo vio en los niños hambrientos de las calles, y escondido tras la sonrisa de Chirrut Îmwe.

Lo enfureció, pero todavía había en él sufiente del Guardián de los Whills que no quiso matar con su ira. Había perdido su equilibrio mucho tiempo atrás y, estuviera la Fuerza todavía con él o no, Baze sabía que él ya no estaba con la Fuerza. Pero él no mataría con ira, no si podía evitarlo.

Los Imperiales se lo ponían muy difícil a veces.

Retrocedió entre las sombras, a un callejón oculto entre dos edificios. Podía oír el speeder acercándose despacio, pero era solo una parte de lo que estaba escuchando. Entonces lo oyó: el ritmo regular del bastón de Chirrut contra la calzada, el tap-tap-tap de la exótica madera golpeando la piedra.

El speeder avanzó por la calle a la derecha de Baze, balanceándose ligeramente bajo la carga. Se arrebujó más en las sombras, inmóvil mientras el vehículo pasaba. El silbido de los motores ahogó el sonido de Chirrut aproximándose, pero Baze apenas tuvo tiempo de preocuparse antes de oír el sonido del cambio en el speeder, los propulsores enmudeciendo hasta callar. Se deslizó por el callejón, mirando a la calle, y se puso detrás del vehículo y pudo ver a los soldados de abordo mirando adelante, incluso el que estaba en la parte trasera y cuyo trabajo era vigilar sus espaldas.

Chirrut se plantó frente al speeder, en medio de la calle. Baze pudo oír a los soldados de asalto.

— ¿Qué nos detiene?

— El tío es ciego.

— Muévete. Muévete o te haremos correr, ciudadano.