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Legado Inacabado

Un fanfic de Star Wars

La luna de Endor no parecía la misma que hacía sólo unas horas, cuando el caos desatado por la batalla se apoderó de cada rincón del paisaje tanto en el cielo como en la tierra.

Leia sonrió. Lamentaba las vidas perdidas, pero le tranquilizaba saber que ninguno de aquellos valientes había perecido en vano.

Instantes después de la destrucción de la Segunda Estrella de la Muerte, Luke, desde una lanzadera imperial, se había puesto en contacto con ella para darle la única noticia que importaba de verdad.

—El Emperador ha caído.

Leia sintió tal estallido de euforia que ni siquiera se percató de que el tono de su hermano no reflejaba la alegría esperable. La derrota total del Imperio era cuestión de unos meses. Ahora, la galaxia entera parecía diferente.

No obstante, el júbilo de la joven se enfrió un poco en cuanto recordó la otra figura clave del Imperio y cuya mera existencia suponía una amenaza lo suficientemente grande como para que se instalara en ella un sentimiento continuo de intranquilidad.

—¿Y Lord Vader? –preguntó con cautela.

No supo cómo interpretar el silencio que vino a continuación. Frunció el ceño. Iba a separar los labios para hablar de nuevo cuando la voz de Luke le llegó desde el otro lado del dispositivo.

—También –contestó, lacónico.

Leia contuvo una exclamación triunfal porque sabía que, para Luke, la muerte del lord oscuro suponía algo muy distinto a una victoria.

—Se está organizando una celebración para esta noche –le dijo ella—. Comida, música… Ven y me lo cuentas todo.

—Lo haré, pero antes tengo que ocuparme de un asunto.

—¿Qué asunto? –inquirió, aunque en el fondo lo sabía.

Otro silencio. La princesa tuvo la certeza de que su hermano quería preguntarle algo. Quizá hacerle partícipe de ese asunto pero, por alguna razón, acabó desechando la idea.

—No importa, pero quédate tranquila: estaré por el bosque. Te veré más tarde.

Luke cortó la transmisión sin que Leia sintiera la necesidad de replicar. No era difícil deducir de qué podía tratarse, como tampoco lo era inferir la pregunta que no le había llegado a formular.

La muchacha suspiró y se giró para observar los enormes árboles de la luna de Endor. Las construcciones de madera típicas de los ewoks empezaban a estar adornadas con cintas de tela y cuerdas trenzadas. En una de las elevadas plataformas, Han discutía con C—3PO sobre alguna estupidez. O quizá tan sólo se quejaba de la pedantería del pobre androide, aunque con toda seguridad eran quejas en las que subyacía cierto cariño que su querido contrabandista nunca admitiría sentir. Leia esbozó media sonrisa. Devolvió la mirada a la llanura donde aguardaba al aterrizaje de una nave. Mon Mothma le había enviado un mensaje informándole de que una de las más antiguas colaboradoras de la Alianza quería verla y felicitarle en persona por el éxito. Leia estuvo a punto de rechazarla porque eran muchos los miembros de la Alianza que deseaban hablar con ella en esos momentos, pero Mon había insistido. «Se trata de la Fulcrum original».

No hubo lugar a réplica. Leia no la conocía en persona porque era una figura misteriosa incluso para ella y sólo los más veteranos –antiguos senadores y viejos oficiales de la República que plantaron las semillas de la rebelión— parecían saber algo más, su padre entre ellos. No sólo no podía negarse a recibirla, sino que no deseaba hacerlo.

La nave llegó y Leia tragó saliva. Se trataba de una lanzadera T—6 con decoración cromada en granate sobre la superficie blanca. Replegó los alerones y se depositó suavemente sobre la tierra. El sol del atardecer arrancaba reflejos plateados del casco. La compuerta se abrió y una silueta esbelta se recortó en la oscuridad del interior. Con el corazón en un puño, Leia esperó a que se dejara ver del todo. No entendía la tensión de la que era presa. Quizá se debiera a que estaba a punto de conocer a alguien de quien llevaba media vida oyendo hablar.

La mujer se quitó la capucha nívea que cubría su rostro y dejó al descubierto unos montrals y lekkus azules y blancos que enmarcaban una tez naranja. Sostenía un cayado en la mano derecha.

—General Organa –saludó ella con una voz suave y límpida.

Leia alzó las cejas con una mezcla de sorpresa y satisfacción. Hasta el momento nunca se habían dirigido a ella en esos términos, pues su condición de princesa parecía eclipsar todo lo demás, pero lo cierto era que se sentía más cómoda con aquella denominación. Al fin y al cabo, la destrucción de Alderaan se había llevado consigo la posibilidad de suceder a su madre como reina algún día, condenándole a ser una eterna princesa que ya no podía ejercer como tal así que, ¿qué sentido tenía? Conservaba el título en recuerdo a su hogar, pero eso era todo. Su trabajo durante los últimos años tenía más que ver con la guerra que con llevar tiaras en la cabeza y desempeñar las tareas diplomáticas que se esperaba de la realeza.

—Es un placer conocerte…

Leia alargó la última vocal para darle a entender a la recién llegada que no conocía su nombre y no sabía cómo referirse a ella. Llamarle simplemente Fulcrum no parecía pertinente.

—Me llamo Ahsoka Tano.

—Pues es un placer conocerte, Ahsoka Tano. Estoy al corriente de la valiosísima ayuda que has prestado a nuestra causa desde sus inicios así que esta victoria también es tuya.

La togruta sonrió con cansancio, como si para ella ya no tuviera sentido hablar de victorias o derrotas, sólo de paz.

Empezaron a caminar hacia el interior del bosque.

—La Fuerza estaba con nosotros –dijo Ahsoka.

Leia alzó la vista para mirarla.

—La Fuerza… ¿Tú la sientes?

—Sí. Y también la percibo en ti.

La joven tragó saliva.

—Yo… Todavía no sé…

—Tranquila, no es algo que deba saberse. Se aprende, se siente, se tiene… Pero no se sabe. —Había algo en el tono de voz de aquella extraña que resultaba sedante, alentador. Inspiraba confianza—. Hablando de eso, me gustaría mucho poder saludar al comandante… Skywalker. —Pronunció aquel apellido como si fuera la palabra más triste del mundo—. Es alguien muy célebre desde que destruyó la Primera Estrella de la Muerte.

—Sí. Y es también un buen amigo –añadió Leia, que todavía se estaba acostumbrando a pensar en él como su hermano, pese a que en el fondo de su corazón aquel parentesco le parecía de lo más natural. En ese instante pasaron por su lado dos ewoks cargados con algunos cascos de los soldados de asalto que habían perecido en la batalla—. Están montando instrumentos de percusión con ellos –explicó Leia con un timbre de diversión en su voz—. Y lo cierto es que no suena tan mal como uno podría pensar.

Pero, aunque Ahsoka esbozó media sonrisa por la ternura que le inspiraban aquellas pequeñas criaturas y por la energía contagiosa que desprendían, sus ojos azules contenían una sombra nostálgica.

Y Leia no necesitó preguntar. Quizá se debiera al poder que recientemente había despertado en su interior, pero supo sin necesidad de indagar que aquella togruta se estaba acordando de otra época, de otras guerras y de los soldados que lucharon en ellas y que fueron la antesala de las tropas imperiales. Tanto por la edad que intuía que tenía como por su habilidad con la Fuerza, no era descabellado pensar que hubiera participado de algún modo en las viejas Guerras Clon.

R2-D2, que hasta el momento se había mantenido al margen de las riñas entre Han y 3PO, echó un vistazo a su alrededor y se detuvo cuando vio a la togruta. Empezó a dar saltitos mientras emitía uno de sus característicos pitidos que más bien parecían chillidos y activó los turbopropulsores para volar hasta ellas.

—¿Pero qué…? –Leia no entendía nada.

Cuando el astromecánico estuvo frente a Ahsoka, ésta se agachó para que su rostro quedara a la misma altura que él.

—Hola, amiguito –saludó, visiblemente contenta—. Cuánto tiempo.

—¿Os conocéis?

—Este pequeñín me salvó la vida más veces de las que puedo recordar –explicó ella mientras le acariciaba la parte superior—. A mí y a mucha otra gente. Es un pequeño héroe.

—Sí, es cierto –asintió Leia, divertida—. Es de Luke pero todos le tenemos cariño.

—¿Es el droide astromecánico de Luke?

—Sí. Son prácticamente inseparables.

—Ya veo. Voy a tener que darle las gracias por haber cuidado tan bien de R2.

—En cuanto a eso tengo que decirte que Luke no está.

Ahsoka se puso de pie.

—¿Sabes dónde puedo encontrarle?

—No creo que te cueste. Está en algún punto de este bosque pero…, no sé si querrá visitas. Tenía algo importante de lo que ocuparse.

—A estas alturas ya imaginarás que no estoy aquí por simple cortesía. –Ahsoka pareció dudar sobre lo que decir a continuación—. Quiero hablarle de su padre.

—¿De Darth Vader?

La mirada cáustica de Leia no impresionó demasiado a Ahsoka.

—Entonces lo sabes.

—Luke me lo dijo.

—¿Y qué más te dijo?

Leia apretó el puño y agachó la vista momentáneamente. Estaba claro que Ahsoka lo sabía y por lo tanto no tenía sentido ocultarlo. Además, tarde o temprano acabaría sabiéndolo todo el mundo.

—Que también era el mío. No con esas palabras pero iba implícito.

El deje de amargura en la voz de la muchacha hubiera sido evidente para cualquiera que la escuchara, pero para Ahsoka fue algo más. Endureció el gesto y le dijo:

—He visto muchos hologramas tuyos, Leia. Vídeos de archivo de tus impetuosas intervenciones en el senado. En todas me recordaste a él.

Ahsoka le tocó el hombro a modo de despedida y dio media vuelta en dirección a la espesura, dispuesta a encontrar a Luke. Leia la dejó marchar porque lo que le había dicho, más que resultar ofensivo, le aturdió. No podía imaginar de qué manera ella y Vader podían parecerse pero tampoco podía imaginar que Ahsoka Tano le hubiera mentido.

 

 

Un manto de estrellas titilantes, todavía tímidas por la recién retirada del sol, envolvían aquella parte del bosque de la Luna de Endor. Ahsoka era consciente de lo que se iba a encontrar, pero algo en su interior se resistía a pensar en ello. No sabía qué haría una vez lo viera. No sabía con qué palabras presentarse ante Luke, pero sí sabía que necesitaba estar allí esa noche.

A lo lejos, entre los troncos de los árboles, un haz de luz anaranjado proyectaba sombras vagas sobre la hierba. Ahsoka siguió andando y la escena se fue perfilando ante sus ojos. Llegó hasta la última hilera de árboles que separaban la frondosidad de un claro donde una hoguera consumía lo último de lo más parecido que ella había tenido a una familia. Se mantuvo en la penumbra.

Luke, enfundado en negro, le daba la espalda. Frente a él, Anakin.

Ahsoka tragó saliva para apaciguar una lágrima y contempló aquel casco al que ya se había enfrentado una vez, no hacía tanto tiempo. Unos años, una eternidad. A veces la diferencia se difuminaba en el recuerdo de lo que fue y en el anhelo de lo que podría haber sido.

Necesitaba saber cómo había ocurrido, pero no vio oportuno interrumpir a Luke. No tan pronto, al menos. Él era su hijo. Ese momento les pertenecía a ambos, por lo que se quedó en las sombras un rato más, con el corazón constreñido por la pérdida. Había sentido esa pérdida veintitrés años atrás, cuando se ejecutó la Orden 66. El lazo que le unía a su maestro a través del lado luminoso de la Fuerza se resquebrajó hasta partirse. Ahsoka lo interpretó como la muerte, no como una caída al lado oscuro. Y, pese a lo terrible que era para ella esto último, saber que estaba vivo encendió una chispa de esperanza. Más tarde, en su enfrentamiento, Ahsoka lo había visto. Lo vio en su mirada descubierta gracias al corte que ella misma había infligido sobre el casco. Anakin estaba ahí, luchando contra Darth Vader, que desde hacía unos años ostentaba la soberanía indiscutible de su espíritu. Sabiendo eso, ¿cómo iba a abandonarle? ¿Cómo iba a abandonar la esperanza de que Anakin se recuperase a sí mismo algún día? Los Jedi despreciaban la idea de la redención. No la tomaban en serio o no la creían posible. Pero ella no era una Jedi.

Y parecía que Luke tampoco. Al menos, no a la vieja usanza. Ahsoka percibía dolor en él. Si le estaba despidiendo de aquella manera, era porque al final había conseguido ver a Anakin. Al Anakin que ella había conocido.

Unos fuegos artificiales estallaron en el firmamento para celebrar la muerte del tirano Palpatine y Ahsoka casi sintió cómo la galaxia entera rezumaba alegría mientras ella y Luke despedían a un hombre que les había cambiado la vida y que tanto les había enseñado. Ninguno de los dos serían quienes eran de no ser por él.

Al cabo de unos minutos, cuando el fuego ya había consumido casi todo lo que había que consumir y la noche cerrada se cernía sobre ellos, Ahsoka avanzó unos pasos a sabiendas de que no tendría que decir nada porque Luke percibiría su presencia y se giraría. Así lo hizo, con la mano en el cinto listo para luchar si hacía falta.

—¿Quién eres? –le preguntó.

—Mi nombre es Ahsoka Tano –contestó ella. La luz del fuego le iluminó el rostro—. Ayudé a Bail Organa con la primera red de espionaje de la Alianza Rebelde y he seguido colaborando con ella de vez en cuando desde entonces.

Luke abandonó la postura defensiva y frunció el ceño.

—Pues no había oído hablar de ti.

—He procurado pasar muy desapercibida –respondió Ahsoka sin mirarle. Tenía los ojos clavados en el casco de Darth Vader—. Al final regresó a la luz, ¿verdad?

Luke entreabrió los labios con desconcierto.

—¿Cómo…? ¿Qué sabes de él?

—Probablemente más que tú. –Suspiró—. Anakin Skywalker fue mi maestro cuando yo era muy joven.

Luke tardó unos instantes en asimilar la información.

—No… no sabía que… ¿Eres una Jedi?

—Lo fui. Abandoné la Orden antes de que Sidious acabara con ella.

—¿Por qué?

Pero Ahsoka no quiso contestar a eso.

—Háblame de su redención.

Luke devolvió la vista a los restos mortales de su padre.

—El Emperador ha estado a punto de matarme. Usó una especie de rayos que le salían de las manos… Era muy doloroso, apenas podía pensar y lo único que se me ocurrió fue apelar a los buenos sentimientos de mi padre porque a pesar de todo sentía que estaban ahí.

—¿Y dio resultado?

—Sí. Se enfrentó a él sabiendo que moriría y aun así lo hizo.

—Para salvarte.

—Sí.

Ahsoka sintió un nudo en la garganta, pero era muy distinto a la presión que normalmente acompañaba a la pena o la congoja. Esta vez, se trataba de alivio, de orgullo. El crepitar del fuego era cada vez más débil, igual que sus llamas. La luz se extinguía poco a poco.

Ahsoka Tano extrajo un sable láser del interior de su túnica, lo encendió y lo mantuvo firme frente a ella como si fuera una antorcha. Luke hizo lo mismo con el suyo. La luz blanca y verde de las hojas iluminó el casco atrofiado por el calor.

—Ya eres uno con la Fuerza –dijo Ahsoka con la sombra de una sonrisa en sus labios.

Apagó el sable y miró a Luke.

—Quiero hablarte de él, pero no esta noche. Ahora tienes algo que celebrar junto a tus amigos. Pero mañana por la mañana estaré esperándote en mi nave, en una de las llanuras colindantes. Si quieres.

—Sí –contestó él rápidamente—. Quiero saber más cosas de mi padre.

—Las sabrás. Hasta mañana, Luke Skywalker.

Y Ahsoka desapareció en la oscuridad de la noche.

 

 

Después de tantos años de guerra, el fragor de los festejos resultaba reconfortante. El Imperio todavía no había sido completamente derrotado y aún faltaban un par de batallas por librar, pero era gratificante pasar a ser el bando dominante.

Los ewoks bailaban, azuzaban el fuego y tocaban música mientras los demás aplaudían. En mitad de la fiesta, Luke había visto los fantasmas de la Fuerza de Obi-Wan, Yoda y Anakin. Le infundía paz saber que sus consciencias, de algún modo, seguían ahí y estaban en equilibrio. No olvidaba las últimas palabras que Ahsoka le había dedicado a Anakin.

«Ya eres uno con la Fuerza». Así que en eso consistía morir para los usuarios del lado luminoso… En ser uno con la Fuerza. No era un mal destino.

Miró a Leia. No tenía claro cómo explicarle todo eso a ella pero de momento no pensaba hacerlo. Aunque sí tenía algo que decirle.

—Leia, necesito hablar contigo –le dijo en voz baja.

Ella, que en ese momento estaba dando palmadas para animar un baile por parejas, le hizo una señal a Han para avisar de que se ausentaría un momento y siguió a Luke a un lugar más apartado.

La brisa nocturna soplaba con tanta gentileza que resultaba agradable. El pelo suelto de Leia se mecía con suavidad sobre su espalda.

—Dime, Luke.

—Tengo que hablarte de nuestro padre.

Leia suspiró y desvió la mirada. Apoyó las manos sobre una de las balaustradas de madera y cuerda que delimitaban las plataformas ewok. Luke había estado a punto de invitarle a asistir al funeral improvisado con él, pero se dio cuenta de que ella diría que no, y eso les haría sentir mal a ambos. ¿Podía culparla? Al fin y al cabo, Darth Vader la había retenido mientras volaban su hogar por los aires frente a sus ojos. También fue quien torturó y carbonizó a Han. Entre otras desventuras que Luke no deseaba enumerar.

—Me salvó la vida, Leia. —La joven alzó la vista y le miró con sus enormes ojos marrones —Palpatine estaba a punto de matarme y él le hizo frente para salvarme. Murió por ello pero antes le dio tiempo a decirme algo.

—¿El qué?

—Quiso asegurarse de que tú lo sabrías.

—¿Que sabría el qué?

—Que había bien en él. Me pidió que te lo dijera.

Leia se separó de él con los brazos en jarras y soltó una carcajada amarga.

—¿Y qué podía importarle a lord Vader que yo lo supiera?

Porque eres su hija y quiso que su familia estuviera al corriente de que lo último que hizo lo hizo bien.

—Yo no soy su familia.

—¿Y yo? ¿Yo lo soy?

—Sabes que sí.

—Pues él también, porque lo es para mí. No tienes que reconocerlo como padre –explicó, calmado—. Tu padre fue y siempre será Bail Organa. Eso lo sé, Leia. Pero para él sí eras su hija.

—Pero Darth Vader…

—No te pido que pienses en Vader. Piensa en Anakin Skywalker.

Leia hundió los hombros y cerró los ojos mientras negaba con la cabeza. Luego miró a Luke y le puso una mano en la mejilla.

—Me alegro de que al final volviera a la luz, pero yo… No puedo ser tan indulgente, Luke. Quizá más adelante te pida que me hables de Anakin pero ahora no estoy lista. Es muy pronto.

Luke puso su mano sobre la de ella para quitársela del rostro y envolverla con cariño.

—Lo entiendo.

 

 

Ahsoka aguardaba en su nave sin tener muy claro a qué hora haría su aparición el joven Skywalker.

—El joven Skywalker… —murmuró.

Le resultaba extraño que hubiera por ahí un muchacho que fuera hijo de Anakin, pero también lo agradecía. No sólo porque Luke parecía alguien excepcional, dados sus logros y lo poco que había hablado con él, sino porque era cuanto quedaba de su antiguo maestro. En cierto modo, también ella se considera a sí misma portadora de su legado. Muchas de las cosas que le había enseñado cuando era una Padawan habían ayudado a forjar la persona que era hoy. Había sobrevivido al Imperio, un régimen cuyo líder estaba obsesionado con cazarles a ella y a todos los eran como ella. Si seguía viva era gracias a Anakin. Lo supo la primera vez que tuvo que sobrevivir sin ayuda, en la luna trandoshana de Wasskah, donde unos malnacidos se dedicaban a la caza de personas como divertimento. Y lo sabía ahora, tras veintitrés años de tiranía. Entonces había tenido la oportunidad de darle las gracias a su maestro. Ahora le hubiera gustado hacer lo mismo.

Luke llegó con el despunte del amanecer. Su semblante reflejaba tanto cansancio como predisposición.

—Buenos días –saludó.

—Hola –dijo Ahsoka—. Bien, había pensado en llevarte a un lugar y hablar por el camino.

—¿Qué lugar? –quiso saber Luke al tiempo que entraba en la nave.

—No estoy segura. Estos últimos años he hecho algunas averiguaciones pero no he podido comprobarlas todas. ¿Conoces el sistema Mustafar?

—No.

—No está lejos. A uno o dos sistemas de distancia.

—Que yo sepa los sistemas más cercanos aparte de Rattatak y Cerea son Bespin y Hoth.

—Pues Mustafar está cerca de Hoth. Y al parecer Anakin vivió allí durante sus años como lord Sith.

El puente de mando no era especialmente grande y sin embargo parecía amplio. Luke se acomodó en el asiento del copiloto.

—Veo que no te refieres a él como Vader.

—Ese nombre perdió significado para mí cuando me enteré de que quien lo llevaba en realidad era Anakin –explicó Ahsoka mientras activaba la nave—. La última vez que le vi, él me llamó por mi nombre y yo le llamé por el suyo.

—¿Luchasteis?

—Sí.

—Pero sobreviviste.

La nave alzó el vuelo.

—No es algo que me apetezca recordar ahora.

—Lo comprendo. Pero me llama la atención que pensaras en él como Anakin incluso cuando luchasteis.

—Tú también lo hiciste, ¿no?

—Sí.

—¿Qué te dijo?

—Que ese nombre ya no significaba nada para él.

Ahsoka soltó una risa breve y apagada.

—A mí me dijo que Anakin Skywalker era débil y que él lo había destruido.

—Él sí hacía una distinción Anakin-Vader –reflexionó Luke.

—Eso parece. Pero lo cierto es que yo vi a Anakin en Vader… Y también a Vader en Anakin mucho antes de que Darth Sidious le pusiera ese nombre.

Luke arrugó el entrecejo.

—¿A qué te refieres?

—Hay luz y oscuridad en todos nosotros, Luke, y son nuestras decisiones las que mantienen a raya una y potencian la otra. Pero sólo puedes perderte en la oscuridad, nunca en la luz. Y cuando eso ocurre, es difícil encontrarse. Anakin se perdió a sí mismo y luego tuvo que luchar por recuperarse a sí mismo. Si en su interior no hubiera existido esa lucha, tus gritos de ayuda no hubieran surtido efecto y él no te habría salvado. Pero así como Anakin estaba latente en lo más profundo de Vader, Vader también subyacía en Anakin.

En los últimos tiempos, Ahsoka había recuperado de forma muy vívida algunos recuerdos de su pasado: Anakin usando la Fuerza para asfixiar al enemigo; Anakin a punto de matar a sangre fría a un esclavista zygerriano que no podía defenderse. Si no lo hizo, fue porque la propia Ahsoka le detuvo. Bastó una palabra, pero ya entonces era evidente que en él existía una ira que se desataba a veces y le hacía perder la visión de lo que significaba ser un caballero Jedi. Su tendencia a desviarse de esa senda se apreciaba en otros aspectos, pero nadie le prestó nunca la atención suficiente.

—¿Qué fue lo que le hizo caer en el lado oscuro?

Ahsoka negó levemente con la cabeza y activó los controles para dar el salto al hiperespacio. Miró a Luke.

—No estoy segura. Las circunstancias tampoco eran favorables… Tu padre era uno de los Jedi más poderosos de la Orden y es posible que la Orden le temiera por ello y él se sintiera menospreciado. Pero tuvo que haber algo más… Bueno, el hecho de que estés tú aquí es una prueba irrefutable de que tenía una vida al margen de la Orden y al margen del código.

—¿Es que los Jedi no podían tener hijos?

—Se nos prohibía establecer vínculos afectivos de ese tipo, pero él lo hizo. Eso no me sorprende, cualquiera que pasara mucho tiempo con él se daba cuenta de que mantener a raya las emociones no era su fuerte. Tendrías que haber visto cómo se ponía cuando alguien se metía con R2.

—¿R2 era su droide astromecánico?

—Así es.

—No lo ha comentado nunca…

Ahsoka se encogió de hombros.

—Supongo que nunca llegó a saber lo que le pasó a Anakin, y no tiene por qué reconocerlo en la figura de Darth Vader.

—Tiene sentido… Entonces, por lo que me has contado, la relación que tuvo Anakin con mi madre debía de ser secreta…

—¿Qué sabes de tu madre?

—Nada. ¿Tú?

Ahsoka suspiró.

—Anakin nunca me habló de ello pero… Bueno, ahora las cosas están claras. Tu madre se llamaba Pad…

—No, espera –interrumpió Luke—. Cuéntalo cuando también pueda oírlo mi hermana. Merece saberlo a la vez que yo.

Ahsoka esbozó media sonrisa.

—En vuestra madre sí tiene interés, ¿no? Más que en su padre, por lo que pude comprobar.

Luke bostezó y se reclinó en su asiento.

—Siente conflicto.

—Es normal. Bueno, al menos de ella sí podrá sentirse orgullosa. Y mucho, ya lo veréis.

—Mis tíos nunca me hablaron de ella.

—¿Te criaste con tus tíos?

—Sí… Mi tío Owen era hermanastro de mi padre.

Ahsoka frunció el ceño.

—En Tatooine, ¿no?

—Sí.

Ahsoka recordó su primera misión como padawan. La intriga del Conde Dooku, cómo habían cargado con aquel bebé babosa por el desierto, el palacio de Jabba… Había transcurrido toda una vida desde aquello, una vida que le pesaba en la memoria.

Luke empezaba a cerrar los ojos sin querer.

—Deberías ir a dormir, joven Skywalker. Hay un compartimento de descanso ahí detrás. Ve y échate.

El muchacho ni siquiera tuvo fuerzas para replicar. Como un autómata, se levantó y antes de irse de la cabina dijo:

—Despiértame cuando lleguemos, no esperes.

—Descuida.

Las horas transcurrieron rápido porque, en realidad, Ahsoka no quería llegar a Mustafar, y cuanto más temes la llegada de algo, más rápido llega. No sabía qué se iba a encontrar pero sí sabía que le iba a doler.

Ahsoka sobrevoló aquel mundo desolado y candente en busca de algo que le señalara dónde tenía que empezar a buscar. Entonces lo vio. Un enorme alcázar de color negro que se alzaba hacia el cielo ceniciento. Un río de lava atravesaba su base hasta caer en cascada a un mar de fuego. Era un paisaje desolador.

En cuanto la nave tocó tierra, Ahsoka lo sintió: una ineludible carga de la Fuerza. ¿Acaso no era aquel un lugar cualquiera? ¿Por qué lo había elegido Anakin como morada? ¿O no había sido elección suya?

Se dirigió a la cámara de descanso y de camino se encontró a Luke. El aterrizaje le había despertado, pero también debía de notar la intensidad de la Fuerza en aquel lugar. Resultaba desconcertante porque apenas había vida… Pero había memoria.

—Qué sitio tan… triste –comentó Luke en cuanto abrieron la compuerta para salir.

Ahsoka no dijo nada. Observó el entorno y divisó, en lo alto de un árbol muerto, un ave muy familiar para ella, aunque llevaba un tiempo sin verla.

—Morai –susurró.

En esta ocasión, el convor tenía los ojos cerrados y en calma, como si disfrutara de un recién adquirido equilibrio. Ahsoka había rescatado del olvido algunos recuerdos relacionados con aquella mística criatura… La sensación de haber muerto para luego resucitar, la certeza de que los caminos de la Fuerza eran mucho más complejos de lo que creyó en un principio. Todavía no había olvidado aquel Mundo Entre Mundos en el que le sumergió Ezra Bridger en un acto desesperado por salvarla… Lo cual le recordaba que, ahora que la guerra estaba a punto de acabar, tenía una cita importante en el sistema Lothal.

—Así que vivía en ese castillo –dijo Luke con la mirada perdida en la enorme estructura negra.

—Eso creo.

Avanzaron hacia el alcázar en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Y fue entonces cuando Ahsoka lo oyó; un despliegue de voces desordenadas pero conectadas para siempre por un mismo momento:

«Has iniciado un camino que yo no puedo seguir.»

«Conozco todas las mentiras de los Jedi.»

«Cumpliré con mi deber.»

«¡No oses despreciar mi poder!»

«Tú eras mi hermano, Anakin…»

«¡Te odio!»

«… Yo te quería.»

Ahsoka se paró en seco y se llevó una mano a la sien. Reconoció las tres voces y, aunque ninguno de sus dueños vivía ya, no le resultó desconcertante. No era la primera vez que oía algo que no había presenciado. Cosas más raras había visto.

La Fuerza tenía un espacio y un tiempo propios y si tu conexión con ella era lo suficientemente fuerte, podías darte de bruces con el eco de acontecimientos pasados y, a veces, hasta futuros. En ocasiones esto se manifestaba en forma de sueños premonitorios para algunos Jedi, pero ninguno había sido capaz de explicarlo con la claridad con la que, desde hacía un tiempo, Ahsoka empezaba a entenderlo. La naturaleza de la Fuerza era compleja y probablemente nunca la comprendería del todo. Al menos, no en vida. Pero sus vivencias y el estudio le habían permitido acercarse a aquella verdad más que la mayoría de Jedi que había conocido.

—¿Qué ocurre? –preguntó Luke, ajeno a todo.

Ahsoka se arrodilló y cogió un puñado de aquella tierra yerma y ennegrecida. La sintió en su mano como si así pudiera obtener la clarividencia que necesitaba para saber qué había sucedido exactamente entre Anakin, Obi-Wan y Padmé.

—Nada –dijo poniéndose en pie—. Andando.

El castillo estaba abandonado. Hasta hacía poco contaba con algunos miembros del servicio y, quizá, unos guardias que custodiaban la morada de su señor, pero ahora no quedaba nadie. La noticia de que el emperador Palpatine y Darth Vader así como otros altos cargos del Imperio habían muerto recorría la galaxia a una velocidad vertiginosa. Cientos de sistemas lo celebraban, desde Dantooine hasta Ryloth, pasando por Corellia y Kashyyyk. No tenía ningún sentido permanecer en un castillo cuyo amo no regresaría.

En el interior, los techos eran tan altos que apenas se vislumbraba dónde terminaban. No había nada: ni decoración ni efectos personales de ningún tipo. Estaba tan desolado que sus pisadas retumbaban por cada esquina.

Llegaron a una sala médica muy bien equipada. En el centro había un tanque de bacta: una vaina de curación en la que el paciente debía introducirse y permanecer unas horas sumergido en un líquido cicatrizante.

Ahsoka sintió una punzada en el pecho al pensar que Anakin había necesitado aquella máquina tanto como para tener una en su residencia.

Luke, que estaba pensando lo mismo que ella, apoyó una mano sobre el cristal.

—¿Qué le pasó?

—No lo sé.

Luke inspiró profundamente.

—Me da la impresión de que sufrió mucho toda su vida –dijo él con tristeza.

—No, toda no. Vamos.

Subieron por un ascensor cilíndrico hasta la planta más elevada. Les recibió un enorme pasillo en cuyo extremo había una puerta. La abrieron y observaron el interior con una mezcla de expectación y congoja.

A la izquierda había una estantería con archivos, documentos e incluso holocrones Sith. En el centro, una cama de sábanas negras perfectamente aseada. A la derecha, un baúl.

Luke fue a la izquierda.

Ahsoka a la derecha.

Luke curioseó entre los archivos y Ahsoka intentó abrir el baúl, pero la cerradura era doble. Para abrirla se necesitaba la Fuerza y una clave de acceso. Lo de la Fuerza no resultó un problema. Ahsoka cerró los ojos, extendió la mano y oyó el movimiento de los mecanismos interiores desbloqueándose.

A continuación se extendió un teclado que exigía una contraseña.

Ahsoka se mordió el labio.

—Tal vez… —musitó.

8108.

Clave correcta. Ahsoka no pudo evitar sonreír. «Algunas cosas nunca cambian», pensó.

Abrió la tapa polvorienta y echó un vistazo. Vio seis cosas.

La primera, uno de los cascos de Darth Vader, pero no uno cualquiera, sino el que tenía un corte en diagonal a la altura de los ojos.

Ahsoka lo cogió con ambas manos y tragó saliva. Lo habría reconocido en cualquier circunstancia. Pasó las yemas de los dedos por la hendidura y cerró los ojos un momento para lidiar mejor con el dolor que se apoderó de su memoria.

Dejó el casco a un lado.

Lo segundo que vio fue un vestido blanco cuidadosamente doblado. Tenía encaje y pedrería. Ahsoka tardó en percatarse de que era un vestido de novia pero en cuanto lo hizo apartó la mano con la que había estado a punto de sacarlo. No necesitaba verlo más. No le correspondía.

Lo tercero fue una pulsera hecha de japor, material de los abalorios típicos de Tatooine.

«Quizá perteneciera a su madre», pensó.

Lo cuarto fue una figurita ancestral tradicional de Naboo. En Naboo existía una costumbre muy especial para con sus reinas y era que, al morir ellas, se distribuía entre la población una pequeña figura de madera tallada con su aspecto. Las recibían las familias que consideraban que la reina en cuestión fue la que mejor había representado sus ideales y decidían venerarla en la muerte como si fuera una especie de divinidad menor, alguien que contaba con el favor de las deidades. Para ellos era un símbolo de respeto, lealtad y gratitud. Colocaban la figura en sus hogares, como si así pudiera velar por ellos.

Anakin había conseguido una de Padmé.

—Luke –llamó Ahsoka—. Ven.

Luke se acercó a ella y enseguida dirigió la mirada a la figura de madera pintada. Apreció a una mujer joven, con un maquillaje blanco, el labio superior rojo, dos lunares carmesí en las mejillas y un espectacular vestido granate y negro, así como un tocado de los mismos colores. El nivel de detalle era sobrecogedor.

—¿Qué es esto? –inquirió Luke, admirado.

—Es tu madre. Fue alguien muy importante para su gente. En su planeta natal tiene un mausoleo que recibe numerosas visitas a diario. Yo lo visité hace un tiempo.

—Parece una especie de reina.

—Lo fue. Entre otras cosas. Ya os lo contaré a tu hermana y a ti.

Luke se sentó con aire distraído en la cama y se quedó absorto en el rostro de su madre.

—Era muy bella. Leia dice que la recuerda triste.

—¿Leia la recuerda?

—Sí. Me lo dijo ayer. Aunque no lo comprendo. Debía de ser tan pequeña como yo cuando nos separaron de ella. Prácticamente bebés.

—Bueno, es posible retener recuerdos a través de la Fuerza en lugar de mediante la consciencia. Que el poder de Leia esté despertando ahora no quiere decir que no estuviera ahí antes.

—Oh, comprendo.

Ahsoka miró las últimas dos cosas.

La quinta era una pequeña bolsa de terciopelo. Deshizo el nudo y dejó caer el contenido en la palma de su mano. Eran unas cuentas…, las cuentas que ella misma había llevado adheridas a sus montrals durante las Guerras Clon como rasgo distintivo de Padawan. Recordaba cómo se las habían quitado durante la expulsión de la Orden Jedi. Recordaba también, con una claridad abrasadora, cómo Anakin se las había ofrecido de vuelta mientras le rogaba con los ojos que volviera con ellos y, más concretamente, con él.

Pero Ahsoka le cerró el puño con ellas dentro y le dijo que lo sentía… Que no regresaría. Aquel recuerdo le torturaba. Llevaba años preguntándose qué hubiera pasado si hubiera permanecido con él hasta el final. ¿Habría podido evitar su fatídico destino? Volvió a meter las cuentas en la bolsa y las dejó a un lado.

Quedaba lo último. Intuía lo que era pero aún no se había atrevido a mirarla fijamente. Al final no le quedó más remedio.

Contempló la espada. La espada que, más de dos décadas atrás, Ahsoka dejó caer frente a una treintena de tumbas que ella misma había cavado con la ayuda de un viejo amigo. La cogió y ahogó un suspiro. Se hacía una idea de qué había pasado.

Anakin acudió al lugar del desastre, donde el crucero se había estrellado y cientos de clones que antaño fueron sus hombres habían perecido. Entre toda aquella muerte y destrucción, encontró una de las dos espadas que él mismo le había regalado sólo unos días antes, cuando nada se había perdido ni la galaxia estaba sometida.

Ahsoka lo encendió. Luke alzó la cabeza.

—¿Esa espada estaba ahí? No parece el arma de un Sith.

—Era mía. Fue un regalo de Anakin justo antes de que… Bueno, de que todo se torciera. Luego la perdí y él debió de encontrarla.

—¿Y la ha guardado desde entonces?

Eso era lo peor. Tanto la espada como las cuentas eran cosas suyas que Anakin, doblegado ya al dominio de Darth Vader, había decidido conservar durante todos esos años. Se limpió una lágrima incipiente y miró a Luke.

—Él nunca se fue del todo.

Luke asintió con el semblante entristecido y los ojos centelleantes.

Era hora de marcharse y Ahsoka creyó conveniente llevarse el baúl.

—Anakin no habría querido que todas estas cosas se quedaran aquí olvidadas –razonó.

Ahsoka no había tenido la oportunidad de verlo en su máximo esplendor, pero estaba convencida de que el vestido de novia de Padmé era tan hermoso como todos los conjuntos que siempre lucía. Se preguntaba si Leia querría llevarlo algún día si se daba la ocasión.

Suponía que Padmé lo había usado en algún momento previo a las Guerras Clon. O quizá fuera durante… No podía saberlo, pero lo que estaba claro era que había tenido una vida en común con su maestro, con todo lo que ello implicaba. Planes, sueños, confidencias, una casa juntos… Casa que quedó totalmente abandonada de la noche a la mañana.

Quizá recibiera una última visita de uno de sus dueños. Eso explicaba que el vestido estuviera en ese baúl.

La imagen de Anakin allí, solo tras la muerte de Padmé, convertido ya en el Darth Vader tenebroso que todos conocían, abrió una herida nueva en el corazón de Ahsoka.

En el exterior no parecía que existieran las horas. El cielo seguía encapotado de cenizas y la elevada temperatura no variaba.

Luke, que cargaba con el baúl, caminó hasta la nave sin detenerse, pero Ahsoka sí lo hizo.

Se giró para echarle un último vistazo al castillo negro y, a lo lejos, un reflejo blanco captó su atención. Entornó los ojos. ¿Le fallaba la vista o era lo que creía? Pronto la silueta se dibujó con más nitidez frente a ella y, pese a que les separaba una distancia considerable, Ahsoka distinguió inequívocamente el rostro de Anakin, el que ella había conocido.

Había oído hablar de los fantasmas de la Fuerza. Sabía que eran reales, pero todavía no entendía quiénes gozaban de aquel poder tras morir y quiénes no. Le alegraba comprobar que su maestro estaba entre los primeros.

Con una sonrisa, Anakin ladeó la cabeza en dirección a la nave, como diciéndole que no era el momento de perder el tiempo porque la estaban esperando.

«Venga, chulita –parecían decir sus ojos—. Ya habrá tiempo de hablar».

Ahsoka sonrió. La primera sonrisa genuina, sincera y pura que se abría paso entre sus labios desde hacía…, ni sabía cuánto.

Asintió en silencio y volvió junto a Luke.

11 COMENTARIOS

  1. Buenas noches

    Me ha encantado este relato. Muy sentimental, muy bien escrito, muy emocionante. Merece la pena leerlo.

    No comento mucho más para evitar destripes. He encontrado muy interesante el momento de arranque que ha elegido la autora para iniciar el relato. Justo tras un momento muy especial.

    Un saludo.

    Juan.

  2. Este relato me parece una auténtica maravilla, destila pasión en cada párrafo y enlaza con muchos momentos puntuales de la saga a la perfección. Me ha llegado al corazón, enhorabuena a la autora por este regalo para los fans.

    PD: Para mi a partir de hoy esto es canon, hasta que Disney demuestre lo contrario 🙂

    Un saludo, Roberto.

  3. Emocionante, me sumo a la canonización de este fanfic. Lo leí sin ver previamente que era un fanfic y realmente me creía que era canon, estaba esperando llegar al final y ver la publicación original, si era de un cómic o algo. Espero ver más cosas de Gema, sigue escribiendo así!

  4. Ufff, sin palabras (y casi sin aliento). Sin duda una escritora digna de aparecer en los registros de las mejores historias de Star Wars. No me importa lo que se diga en el Canon de Disney o en la antigua continuidad, para mí este relato es parte de la saga, tanto como lo son las películas y las series. (Gema Bonnin) Seguiremos su trayectoria con gran entusiasmo.

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